La inteligencia emocional es una combinación de genética, aprendizajes y experiencias. Es, en parte, predisposición genética; en parte, experiencia vital, y en parte, el resultado de lecciones vitales.
Goleman define cinco componentes de la inteligencia emocional para explicarla de mejor manera:
1. Autoconocimiento: Tener conciencia de las emociones, sentimientos o actos que disparan algunas reacciones no deseadas, así como saber cuáles son las propias fortalezas y las debilidades emocionales.
2. Regulación: Aprender a organizar las emociones, entenderlas y darles una respuesta que no sea el descontrol o la perturbación .
3. Encontrar motivación: La motivación es la base del éxito. Hallar la pasión y la vocación sobre una actividad es fundamental para saber enfrentar los retos de la vida.
4. Ser empático: Practicar una escucha atenta y activa, saber ponerse en el lugar de los demás y aceptar sus opiniones, aunque no se compartan, es una cualidad necesaria para tomar decisiones asertivas y colaborativas.
5. Sociabilidad: Contar con habilidades para desarrollar buenas relaciones sociales ampliará la capacidad de persuasión y empatía, que son cualidades clave para la plenitud en cualquier tipo de relación.
Saber nombrar y calibrar es una de las claves de la inteligencia emocional.
Todas las personas deberían ser capaces de nombrar sus sentimientos y de reconocerlos con claridad. Distinguir la frustración del enojo, la tristeza del rechazo, la apatía del aburrimiento o la alegría de la euforia es fundamental a la hora de comunicar, actuar o tomar decisiones. Construir un vocabulario de las emociones puede convertirse en un aliado para aprender a identificar y distinguir una emoción sobre otra.
Un vocabulario correcto nos permite ver el problema real, tomar una experiencia confusa, entenderla con claridad y establecer una hoja de ruta para solucionar el problema
Una vez detallada la emoción, es necesario detectar su intensidad. Por ello, es necesario desarrollar una escala emocional personal. Nos ayudará a conocer más a fondo qué tanto una emoción se apodera de nosotros y de nuestras reacciones. ¿Necesitamos hacer una pausa? ¿Es indispensable responder ahora? ¿Hay que decidir en este momento? Solo será posible saberlo a través de medir la intensidad emocional y darnos el espacio necesario, hasta que la mente y el cuerpo se liberen de esa intensidad.
La importancia de escribir nuestras emociones.
James Pennebacker ha investigado durante más de 30 años la relación entre escribir y procesar las emociones. Sus hallazgos y experimentos han dado luz sobre cómo aumenta la salud mental y física cuando las personas escriben sobre episodios emocionales que han sido intensos o complejos. La escritura ha permitido a esas personas tener la posibilidad de estudiarse a sí mismas y aprender también de sí mismas, pues cuando vuelven a sus escritos encuentran lecciones nuevas, sensaciones más claras y una visión propia muy distinta y enriquecida.
En este sentido, Pennebacker propone un sencillo pero liberador ejercicio de escritura: colocar un cronómetro durante 20 minutos y escribir a mano las experiencias emocionales más significativas del año, mes o semana. Quien escribe debe liberarse de pretender que todo está perfecto; para ello, es indispensable seguir el flujo de las palabras y de la mente. Finalmente, no es necesario guardar el escrito; bastará con leerlo y saber que esos sentimientos ya han sido, de alguna forma liberados.